Cuando Donald Trump ganó en Indiana su séptima contienda electoral consecutiva en la lucha por la nominación presidencial del Partido Republicano, ello llevó a Ted Cruz, su más fuerte rival, a retirarse minutos después de conocerse los resultados.
Luis Fajardo / @luisfajardo20 / BBC Mundo
Hoy es claro que Trump, sin contrincantes en su partido, será el que enfrente al candidato demócrata por la Casa Blanca. Lo que nos lleva a la pregunta verdaderamente importante: ¿tiene posibilidad de llegar al poder?
Matemáticamente Trump llega al número mágico de 1.237 delegados comprometidos a votar por él en la convención nacional de su partido en julio próximo, la cifra que requiere para obtener formalmente la nominación.
Desde de la noche del martes ya todos hablaban del controversial magnate como el virtual candidato republicano: una de las dos personas que en las elecciones generales de noviembre se disputará el cargo más poderoso de la Tierra.
Lo que le ha otorgado un barniz de seriedad a una premisa que hace 12 meses habría parecido enteramente descabellada: que Donald Trump, un candidato que viene de afuera, del mundo de los negocios y de la farándula, y que defiende posiciones mucho más a la derecha que cualquier otro contendor serio a la Casa Blanca en décadas recientes, realmente tenga una posibilidad de ser el próximo presidente de Estados Unidos.
La nominación de Trump a la candidatura de su partido se hizo inevitable el miércoles. Su último opositor en las filas republicanas, el gobernador del estado de Ohio, John Kasich, se retiró de la carrera.
Cuestión de tiempo
Con lo que ya es apenas cuestión de tiempo para que la convención republicana, que tendrá lugar entre el 18 y el 21 de julio en Cleveland, oficialice su nominación.
Todavía quedan elecciones primarias en algunos estados, incluyendo la del 7 de junio en California, el estado más poblado del país.
Distinto a todo
Trump es distinto a cualquier otro candidato que hayan presentado los dos partidos tradicionales en Estados Unidos.
Para empezar, es el primero desde 1952 en no haber ocupado ningún puesto político antes de presentarse como aspirante a la presidencia.
En ese año, el candidato republicano fue el general Dwight Eisenhower, un héroe de la Segunda Guerra Mundial, una figura de unión nacional.
Tal vez lo contrario de Trump, un candidato que no solo es visto como una alternativa apocalíptica por la izquierda del país, sino por vastos segmentos de su propio Partido Republicano.
La dirigencia tradicional del conservadurismo estadounidense se muestra horrorizada ante la captura de su partido por un aspirante que varios republicanos y demócratas destacados han descrito como un "bufón peligroso" y enteramente inapropiado para ocupar el sillón presidencial.
Los republicanos, casi sin excepción en las últimas décadas, habían elegido como sus candidatos a la presidencia a políticos relativamente moderados, con buenas relaciones con la clase empresarial y dedicados a proteger el statu quo conservador de su nación.
El "outsider"
Trump es un "outsider", un populista con un discurso incendiario contra las jerarquías económicas y políticas, que ha explotado con éxito electoral las inseguridades raciales y económicas de la clase trabajadora blanca, de la que se ha vuelto su abanderado.
Y defiende un estilo de nacionalismo que muchos asociaban solo con la ultraderecha europea. Era algo que supuestamente no podía pasar en Estados Unidos.
Pero, ¿está lo suficientemente radicalizado Estados Unidos para elegir a alguien que descalifica a los mexicanos como violadores, que promete prohibir la entrada de musulmanes al país y que amenaza con una guerra comercial contra China?
Teniendo en cuenta la extraordinaria campaña de Trump y la manera como ha desafiado una y otra vez los pronósticos que auguraban su derrumbe, pocos se aventurarán a descalificar del todo sus posibilidades electorales en noviembre.
Según las normas convencionales de la política estadounidense, el electorado tiende a preferir a los centristas más moderados para ocupar la Casa Blanca.
Las encuestas señalan que Hillary Clinton, la más probable candidata por el Partido Demócrata, ocupa una clara ventaja en la preferencia de muchos sectores electoralmente claves de la población.
Dada la hostilidad racial de la campaña de Trump, la más explícita en un candidato presidencial desde la década de 1960, no sorprende que los hispanos lo rechacen en proporción cercana a 4 por uno.
Trump también enfrenta cifras enormes de rechazo entre los sectores más acomodados y más educados de la población. La lógica del pasado sugiere que Trump tendría dificultad de ganarle a Hillary Clinton.
Otra realidad
Pero, nuevamente, este ciclo electoral se ha caracterizado por una realidad que ignora las reglas tradicionales.
Los simpatizantes de Trump aseguran que su candidato atraerá a votantes blancos que antes eran abstencionistas, en números suficientes para compensar la hostilidad de los latinos contra el magnate.
Y está siempre la posibilidad de un evento inesperado que incline la balanza de la opinión, como la aparición de un escándalo que comprometiese a Clinton, o un acto de terror en suelo estadounidense que arrojara a más votantes estadounidenses hacia el discurso confrontacional de Trump.
Es más, fue el ganador en Indiana en la noche del martes, y sus ocasionales conquistas electorales en algunos estados reflejan, a su modo, la alienación que siente con la política tradicional otro segmento importante del electorado: los jóvenes universitarios.
Una eventual, aunque muy poco probable, confrontación entre Trump y Sanders en noviembre le añadiría todavía más incertidumbre a una campaña presidencial que ha causado desconcierto en Estados Unidos y el resto del mundo.
En Indiana ese martes, ese desconcierto aumentó de manera sustancial.
Desde la campaña de Hillary Clinton y la dirigencia del propio Partido Republicano salieron tuits reconociendo a Trump como el virtual candidato de la colectividad conservadora. Fue la noche en que su aspiración adquirió un viso más oficial, más real.
Es verdad: Trump podría ser el próximo presidente.
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