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domingo, 30 de octubre de 2016

Clinton no es querida y Trump es temido


Las elecciones norteamericanas tienen siempre un elemento novedoso, imprevisto e inesperado, que mantiene al país y al mundo en vilo

Artículo de Lluís Foix para La Vanguardia

No estaba en ningún pronóstico que un personaje como Donald Trump llegara a ser candidato republicano con un apoyo en los sondeos que ha rozado el 40 por ciento. Tampoco que una ex primera dama de la Casa Blanca fuera la favorita para entrar con su marido ex presidente en la residencia de Pennsylvania Avenue.

Todo es imprevisible en las elecciones norteamericanas. El debate Nixon-Kennedy de 1960 abrió una nueva era que conectó a los candidatos con las masas. No hay grandes mítines en Estados Unidos. La batalla se libra en las televisiones, en las redes sociales y en las ocurrencias que consigan un titular impactante en el mismo momento en que se produzcan. No estaba previsto que Jimmy Carter, un gobernador de Georgia, cultivador de cacahuetes, ganara en 1976 y fuera derrotado cuatro años después por un mediocre actor de cine, Ronald Reagan, que se convirtió en el presidente que puso fin a la guerra fría y capitaneó una revolución conservadora que ha cabalgado por el mundo entero hasta hoy. Su vicepresidente George Bush le sucedió en 1988 pero no consiguió la reelección por la aparición efectiva de un tercer candidato, Ross Perot, que facilitó la victoria de Bill Clinton en 1992 que la revalidó al término de su primer mandato para entregarla a George W. Bush en el año 2000.

Los atentados del 11 de setiembre de 2001 marcaron la presidencia del presidente George W. Bush que reaccionó con la fuerza para combatir a los autores del terrorismo internacional. La política exterior norteamericana dio un giro. La seguridad ganó la partida a la libertad. Las ideas de la democracia imperial y los bombardeos sobre Bagdad eran contradictorias.

La victoria de Barack Obama en 2008 significaba la presencia del primer negro en la Casa Blanca y otra manera de hacer política. Su llegada al poder coincidió con la crisis económica que abatió al sistema financiero internacional. Es pronto para juzgar la presidencia Obama pero ha roto muchos tabúes. Su retórica espléndida y la mayoría republicana en las cámaras han frenado muchas de sus iniciativas.

Hilllary Clinton es el establisment norteamericano. El electorado no la quiere pero la alternativa de Trump le puede dar la victoria. Hillary fue primera dama en Arkansas, en la Casa Blanca, senadora y secretaria de Estado en el primer mandato de Obama. Representa el poder de Washington.

Su larga trayectoria en la vida pública ha sacado a la luz las sombras que persiguen a cualquier candidato a la presidencia. Puede ser la primera mujer que llegue a lo más alto del poder. Pero su posición ambigua y tibia con las ligerezas de su marido presidente no le han favorecido. En los miles de correos electrónicos secretos que no fueron cursados a través de las redes sociales oficiales le dan disgustos cuando faltan menos de diez días para las elecciones.

Hillary Clinton es ambiciosa, fuerte, sabe cómo funcionan los resortes del poder en Washington. Es una ventaja y un inconveniente. En las elecciones norteamericanas que he cubierto como corresponsal desde las que ganó Nixon en 1972 siempre se ataca el factor Washington como la causa de todos los males que afligen al país. Casi todos los candidatos abominan en campaña del distrito federal.

En Washington no hay amigos ni favores. El poder es frío y cruel. Harry Truman decía que si quieres tener un amigo en Washington “llévate a tu perro”. La sensación que tengo es que si Hillary Clinton gana no será porque es mujer ni porque tenga un alto grado de aceptación en Estados Unidos. Será porque su adversario es una calamidad y un personaje que horroriza incluso a muchos republicanos con responsabilidad en el partido.

Donald Trump ha mentido yo miente con una absoluta tranquilidad. Ha despreciado a las mujeres, a los hispanos, a los negros, a los musulmanes y a cualquiera que no tenga el “privilegio” de ser blanco. A pesar de ser un personaje inmensamente rico, de haber burlado las leyes fiscales en cantidades astronómicas, sin haber sido elegido nunca para ningún cargo, su ventaja es que es considerado como alguien fuera del “establishment”.

Estas son las paradojas de la política americana. No sabe lo que ha sido la historia de su país ni lo que representan los Estados Unidos en el mundo. Ha flirteado con Vladimir Putin mientras la flota rusa atraviesa canales y mares para plantarse delante de Siria y contribuir al fortalecimiento del presidente Assad que sería un aliado de Moscú después de que el país hubiera quedado totalmente destruido.

Trump compara la fuerza de Putin con la debilidad de Obama y ha anunciado que si es presidente celebrará una cumbre con el presidente ruso antes de tomar posesión el 20 de enero. Trump es detestado por el poder económico, por el poder militar y por las minorías. Magdalena Albright, ex secretaria de Estado, ha dicho que es un idiota útil.

La gran paradoja es que a pesar de estas credenciales hay millones de norteamericanos que le van a votar. La mentira y las obscenidades circulan libremente por las redes. Nadie comprueba nada. No ha desmentido, por ejemplo, su afirmación de que Barack Obama había fundado el Estado Islámico.

Es cierto que los presidentes norteamericanos van adaptándose a las exigencias del cargo en cuando entran en la Casa Blanca. Pero el discurso demagógico, populista, xenófobo de Trump tendría consecuencias muy negativas para Estados Unidos y para el mundo entero.

No es partidario de una Europa fuerte ni tampoco de establecer el poder blando que ha caracterizado la política exterior norteamericana en los últimos cien años. No hay que descartar la sorpresa. Pero es de esperar que los estadounidenses se inclinen hacia el punto de gravedad que permita mantener las alianzas, crear riqueza, aceptar a inmigrantes y fomentar la excelencia académica.


CONSULTE AQUI las últimas encuestas de las Elecciones Presidenciales EE.UU. 2016
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