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domingo, 24 de julio de 2016

Cómo Donald Trump se convirtió en el Hugo Chávez americano


Si bien existen drásticas diferencias ideológicas entre un magnate multimillonario de Manhattan y un revolucionario golpista con influencias cubanas, ambos coinciden en puntos como la demagogia utilizada para ganar simpatizantes

El Nacional web / cesarmiguelrondon.com

A pesar de las diferencias ideológicas entre Hugo Chávez y Donald Trump, existen escalofriantes similitudes entre el fallecido líder socialista y el magnate multimillonario de Manhattan. Y son, cuanto menos, advertencias para tomar en cuenta.

Chávez fue un huracán mediático que dominó las noticias con insultos, provocaciones, promesas y anuncios políticos. Tuiteaba a todas horas, llamaba por teléfono a programas de televisión y actuaba de manera exuberante en actos públicos.

Contrataba y despedía gente en plena transmisión televisiva. Humillaba y provocaba a sus contrincantes, regodeándose sobre su futura victoria. Actuaba de manera burlona y ridícula, rompiendo cualquier regla de conducta presidencial.

Con el paso del tiempo, se hizo claro que había una cierta genialidad en él. Abarcaba todos los espacios, dejando tanto a sus adversarios como a sus aliados inmóviles. No importaba a cuántos hartaba, nadie podía dejar de prestarle atención.

Esto puede sonar familiar tomando en cuenta la carrera hacia la nominación presidencial republicana de Donald Trump, pero la verdad es que es una descripción de Venezuela desde 1999 hasta 2013 bajo el mandato del líder de la Revolución Bolivariana.

Algunos lo llamaron payaso, pero no podían estar más equivocados. Chávez fue un perspicaz estratega y un comunicador magistral. Logró derrotar a las élites reinantes y canalizó la frustración social de un país en una fuerza política.

Y como bien enumera el Huffington Post, Trump parece buscar emular el plan de vuelo que llevó a "El Comandante" hasta la cima del palacio de Miraflores y de un país que hoy vive las consecuencias de sus tácticas discursivas.

Hay profundas diferencias entre el implacable líder socialista y el billonario de Manhattan. Si Chávez estuviera vivo, probablemente demonizaría al candidato republicano, un opositor ideológico. Pero ambos guardan una serie de similitudes que hielan la sangre.

Con una mezcla de lenguaje rimbombante, amenazante y burlón; una relación simbiótica con las multitudes y la articulación de frustraciones reprimidas durante mucho tiempo, Trump hace eco del método del comandante.

El lenguaje es clave

Trump y Chávez utilizan el mismo tono. El salvador, ajeno a un sistema podrido que llega para arreglarlo, así como el mismo método para mostrarse como un mesías.

El lenguaje es importantísimo, usando humor, insultos y vulgaridades para quebrar el protocolo y conectar con sus seguidores a un nivel visceral. Trump llama a sus oponentes “idiotas”, “repulsivos”, “maricos”.

Chávez llamaba a su adversarios “cabrones”, “cerdos chillones”, “vampiros”, y en el caso de George W. Bush, “más peligroso que un mono con una navaja”.

Trump alardea sobre su miembro, mientras que Chávez veía a la cámara y le decía a su, por ese entonces, esposa: “Marisabel, hoy te toca lo tuyo”.

El atractivo de Trump no es solamente lo que dice, sino cómo lo dice. Apaga los teleprompters y hace discursos sobre la marcha, mencionando sus libros o comprometiéndose a bombardear “hasta la mierda” al Estado Islámico.

En 20 minutos, es capaz de hablar de camiones, bolas de golf, tratados de compra, llamadas de Paris Hilton, vehículos de alta movilidad, conversaciones con su esposa, relaciones entre China y Rusia y sobre su contrincante Hillary Clinton.

Chávez también serpenteaba entre lo político y lo personal, jugando con lo serio. Le inyectaba energía y tensión a sus discursos, porque cualquier cosa podía pasar. Discutía sobre su libro favorito, para pasar a hablar de los tratados cambiarios, construcciones de casas, llamadas desde La Habana, conversaciones con sus hijas, solidaridad latinoamericana, Barack Obama, supuestos intentos de golpe de Estado y su deseo de encarcelar a los traidores, quienes en muchos casos, en la cárcel terminaban.

¡Estás despedido!

Trump basa su forma de proceder en de su forma de ser en su show “El Aprendiz”, un jefe al que no le tiembla el pulso a la hora de usar su frase representativa: “¡Estás despedido!”

Chávez se glorificaba en ese poder. En 2002, utilizó la televisión para despachar ejecutivos de la compañía nacional de petróleo, Pdvsa. “Eddy Ramírez, director general, hasta hoy, de la división de Palmaven. ¡Estás fuera!”. Sonreía ampliamente y silbaba por cada despido.

Trump, como Chávez, le gusta cebar a sus oponentes y exultarse cuando muerden el anzuelo. Cuando retiraron a uno de sus detractores en uno de sus mitines, el magnate le dijo a sus fanáticos “me gustaría golpear a ese tipo en la cara”. El público aplaudió.

Chávez utilizaba esta táctica. Tocaba a sus oponentes como un harpa, de tal manera que exageraban con sus reacciones, mientras él dejaba en claro felizmente, que los “volvía locos”. Ayudaba que algunos eran élites racistas descreditadas.

Pero aún cuando los rivales de Chávez decidían clamarse y jugar ciñéndose a las reglas democráticas, Chávez no daba tregua. Cuando sus detractores firmaron una petición en su contra, los llamó lombrices, fascistas y saboteadores de la CIA.

Chávez como advertencia

Normalmente, se necesitan agentes externos para darse cuenta de los problemas internos que han sido pasados por alto. Trump ha hecho un servicio democrático al identificar a una gran demografía que se ha sentido aislada por el estancamiento económico y los cambios culturales.

Sus maneras pueden ser demagógicamente oportunistas, pero sus simpatizantes se sienten escuchados. Chávez hizo lo mismo por los pobres en Venezuela, que habían sufrido un abandono histórico.

Ambos se erigieron de maneras distintas, uno como un Coronel que dirigió un golpe de Estado en 1992, el cual falló militarmente y conllevó docenas de muertos, pero lo convirtió en una estrella mediática, asfaltando su ascenso político. Mantuvo su visión en el premio: el palacio presidencial, Miraflores.

Trump ha pensado en la Casa Blanca por décadas. Ahora, tres años después de la muerte de Chávez, el magnate hace campaña pareciendo que canaliza su fantasma. A trueno y estruendo,  insultos y provocaciones, dominando a sus contrarios.

Si Trump gana la presidencia, no tendrá petrodólares para despilfarrar en subsidios y regalos. Tampoco (esperemos) tendrá jueces, congresistas y agencias estatales tan indulgentes ante la carisma presidencial.

Pero el caso de Chávez sirve como advertencia: entre más tiempo estuvo en el cargo, más intolerante se volvía, sometiendo instituciones estatales a su voluntad. El poder solo amplificó sus faltas.

Lo mismo probablemente suceda con Trump de salir elegido. Como comandante en jefe, Trump podría despachar un acorazado en el delta Yangtze, o nombrar a un xenófobo y controversial sheriff como Joe Arpaio, director del FBI.

Oportunistas y los fervientes creyentes se disputarán los rayos del sol –trabajos, influencias, favores.

Entre más fuerte griten los opositores, más corta será la correa que el gobierno mantendrá sobre ellos. En Venezuela los llamaron “boliburgueses”.

Y si el republicano alcanza la Casa Blanca, el gobierno a través de la televisión se convertirá en el show de Donald Trump. Él mismo interpretará varios papeles. El jefe de Estado sobrio,  el partidista férreo, la celebridad lustrosa, borrará la línea entre lo personal y lo político, lo trivial y lo grave.  Habrá muchas crisis, unas verdaderas y otras ficticias.

Si Trump es tan inteligente como Chávez -una vara muy alta- utilizará a cada quien para su ventaja personal, utilizándolos para mantener su poder mientras EE UU se convierte en una tragicomedia.


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