Entiendo por qué Donald Trump es tan impopular. Se lo ganó de la forma tradicional al ser odioso, despectivo y ofensivo. Pero ¿por qué es tan impopular Hillary Clinton?
Por David Brooks / Eric Thayer / The New York Times en Español
En las últimas tres encuestas principales, la candidata tuvo índices desfavorables en los mismos rangos que Trump. En la encuesta de Washington Post /ABC News, ambos tienen un 57 por ciento de desaprobación.
En la de The New York Times/CBC News, el 60 por ciento de los encuestados dijo que Clinton no comparte sus valores y el 64 por ciento dijo que no es honesta ni confiable. Ella ha llegado al mismo nivel de Trump y se ha desplomado tanto que, estadísticamente, ahora están empatados en algunas de las encuestas presidenciales.
Lo curioso es que no hace mucho era popular. Como secretaria de Estado tuvo un índice de aprobación del 66 por ciento. Incluso en marzo de 2015, su índice de aprobación era de 50 por ciento y su índice de desaprobación de 39.
No fue sino hasta que lanzó una campaña multimillonaria para impresionar a los estadounidenses que se volvió tan marcadamente impopular.
Además es una mujer que se ha dedicado al servicio público. Pasó de ser defensora de los niños a senadora y ha seguido su vocación de forma incansable. Su impopularidad no se explica con el “qué”, sino el “cómo” lo ha hecho.
¿Pero qué es exactamente lo que tantas personas tienen en su contra?
Comenzaría mi explicación con esta pregunta: ¿Puedes decirme qué hace Hillary Clinton para divertirse? Sabemos qué hace Obama para divertirse… jugar golf, baloncesto, etc. También sabemos, desafortunadamente, cómo se divierte Trump.
Pero cuando la gente habla de Clinton, tiende a hablar exclusivamente en términos profesionales. Por ejemplo, el 16 de noviembre de 2015, Peter D. Hart condujo un grupo de muestreo sobre la candidata. Casi cada evaluación tuvo que ver con su desempeño laboral. La describieron como alguien con “tendencias a las multitareas” u “organizada” o “engañosa”.
Desde afuera, parece que ella únicamente se dedica a su carrera. Su esposo es su colega político. Su hija trabaja en la Fundación Clinton. Parece que formó sus amistades en reuniones de trabajo para personas sumamente exitosas.
Quienes trabajan con ella la adoran y dicen que es cálida y afectuosa. Pero desde afuera es difícil pensar en un aspecto de su vida que sea ajeno a su carrera o previo a ella. Con la excepción de algunas referencias a su papel de abuela, cuando Clinton se presenta es como si recitara su currículum o un informe de estrategias políticas.
Por ejemplo, recientemente lanzó un video biográfico llamado “Fighter”. Está lleno de fotografías viejas, encantadoras y curiosas en las que se muestra su lucha por distintas causas. Pero cuando el video llega a una entrevista actual con Clinton, la iluminación es perfecta, la escena es perfecta, su atuendo es perfecto. Luce menos como un ser humano y más como el avatar de alguna marca corporativa.
La impopularidad de Clinton recuerda a la impopularidad de una adicta al trabajo. La adicción al trabajo es una forma de distanciamiento emocional. Esos adictos están tan inmersos en sus actividades profesionales que los sentimientos no afectan sus decisiones más fundamentales. El papel profesional domina la personalidad e invade la intimidad normal del alma. Como lo expresó alguna vez Martyn Lloyd-Jones, cementerios enteros podrían llenarse con el triste epitafio: “Nació siendo un ser humano, murió siendo doctor”.
En lo que se refiere a su imagen pública, Clinton desprende una vibra exclusivamente profesional: diligente, calculada, enfocada en metas y desconfiada. Desde afuera es difícil tener una percepción de ella como persona; se ha convertido en un rol.
Esa imagen formal y centrada en su carrera la pone en contraste directo con las costumbres de la era de las redes sociales, que es íntima, personalista, reveladora, confiable y vulnerable. La pone en conflicto con la experiencia que la mayoría de las personas han vivido. La mayor parte de los estadounidenses se sienten más vivos e impetuosos cuando están afuera de la experiencia laboral. Así que, desde luego, a muchos les parece que Clinton es maquiavélica, astuta, orientada al poder y poco fiable.
Hay una lección más importante en este caso, en especial para las personas que han encontrado una carrera y una vocación que sienten gratificantes: incluso una vocación socialmente positiva puede adueñarse de ti y hacer que pierdas el sentido de tu propia voz. Quizá es aún más primordial que la gente con vocaciones gratificantes desarrolle, y se le observe desarrollando, santuarios fuera de su vida profesional: algún tipo de deporte, uno que otro pasatiempos, tiempo en familia, momentos de soledad, la fe o alguna actividad divertida.
Abraham Joshua Heschel escribió que el shabbat es “un palacio en el tiempo que nosotros construimos”. No es un día de descanso antes del trabajo; uno trabaja para vivir ese día de elevación. Josef Pieper escribió que el ocio no es una actividad, sino una actitud mental. Se trata de salir del esfuerzo extenuante y crear suficiente quietud para poder contemplar y disfrutar las cosas como son.
Incluso las vidas de las personas exitosas necesitan estos santuarios… para ser una persona real en vez de solo ser alguien productivo. Al parecer, en realidad no confiamos en candidatos que no nos muestran sus santuarios.
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