Si ha habido un año imprescindible para que los latinos en Estados Unidos ejerzan su derecho al voto, ese es 2016.
The New York Times en Español
Donald Trump, el candidato republicano, ha convertido la construcción de un muro y la deportación de 11 millones de personas en promesas centrales de su campaña. Durante sus eventos públicos, ha representado a los inmigrantes latinos como una invasión que debe ser detenida porque está transformando el rostro de Estados Unidos de manera demasiado rápida y profunda.
El mensaje implícito de su eslogan —“Restauremos la grandeza de América”— es que Estados Unidos era grandioso cuando era menos diverso y que resucitar esa era requiere de medidas drásticas.
Aunque este mensaje ha sido bien recibido por algunos sectores blancos del país, quienes se sienten afligidos por los cambios sociales y por una recuperación económica desigual, las palabras de Trump han ofendido y asustado a los latinos, uno de los segmentos del electorado de mayor crecimiento.
Si la estrategia de fomentar la xenofobia termina siendo una movida brillante, o desastrosa, de un candidato que ha desafiado todas las leyes de gravedad política, dependerá en gran medida de cuántos de los 27 millones de hispanos que pueden votar acudan a las urnas el 8 de noviembre.
En una contienda apretada, una presencia fuerte de votantes latinos podría asegurarle la victoria a la candidata demócrata, Hillary Clinton, en estados claves. También podría alterar la manera en la que los partidos políticos perciben e interactúan con el electorado hispano. Eso dejaría muy claro que los latinos están ayudando a forjar el destino de una nación que siempre se ha fortalecido dándole la bienvenida a nuevas generaciones de inmigrantes.
Las campañas presidenciales estadounidenses han cortejado a los votantes latinos desde que John Kennedy lanzó una iniciativa para atraer a personas con raíces mexicanas durante la elección de 1960, la cual ganó por un estrecho margen. Desde entonces, los latinos —un bloque de electores que ha estado creciendo y diversificándose rápidamente— han apoyado principalmente a los candidatos demócratas en elecciones presidenciales. Sin embargo, históricamente el porcentaje que sale a votar ha sido bajo.
En 2004, George W. Bush logró capturar una buena parte del voto latino: el 40 por ciento. Desde que terminó su mandato, el partido republicano ha endurecido considerablemente su posición frente a la política migratoria. Sus líderes han optado por tácticas miopes para suprimir la participación política de las minorías; entre estas se destacan los cambios geográficos de distritos electorales y leyes que obligan a los votantes a presentar ciertos documentos de identificación.
Tras la derrota de Mitt Romney, quien obtuvo el 27 por ciento del voto latino en el 2012, estrategas republicanos propusieron replantear la relación del partido con los hispanos. Pero esto nunca ocurrió.
Trump destruyó la posibilidad de que ese giro se materializara al emplear un ataque ofensivo hacia los inmigrantes mexicanos como el primer trueno de una campaña rimbombante que ha catapultado la visión de la supremacía blanca a un lugar destacado de la política estadounidense. Además de los latinos, Trump ha vilipendiado a los musulmanes y ha caracterizado a los afroamericanos de manera ignorante y soberbia.
Activistas latinos han albergado la esperanza de que los ataques de Trump sean la clave para por fin hacer realidad el potencial del electorado latino. Esto parece probable. Casi tres millones de latinos se han registrado para votar desde la última contienda presidencial, un aumento del 51 por ciento con respecto al periodo entre 2008 y 2012, según un análisis de registros electorales comisionado por Univision.
Sin embargo, más allá de derrotar a un hombre déspota, los latinos tienen varias razones para apoyar con entusiasmo a su rival.
Hillary Clinton tiene propuestas coherentes y sensatas para abordar los asuntos que más afectan a los latinos, incluyendo el manejo de la economía, el acceso a la atención médica, la seguridad nacional y la educación. Su récord en políticas migratorias no ha sido consistentemente progresivo. En el 2007, como senadora, se opuso a que se le expidiera licencias de conducir a inmigrantes indocumentados. Sin embargo, ha cambiado su posición sobre ese tema y ha prometido que dará prioridad a reformar el disfuncional sistema migratorio. También ha asegurado que continuaría y extendería el programa que el presidente Obama creó para autorizar temporalmente la presencia de millones de inmigrantes indocumentados que tienen fuertes vínculos en Estados Unidos.
Aunque una reforma migratoria sin duda implicará una batalla política ardua, los latinos podrían darle un espaldarazo a ese objetivo si votan de manera masiva en noviembre. Si no lo hacen, una victoria de Trump sería más probable, lo cual podría conllevar deportaciones masivas y más ataques contra inmigrantes.
Los 56 millones de latinos —un tercio de ellos menores de 18 años— están cambiando el futuro de Estados Unidos en aulas, lugares de trabajo y barrios. Solo es cuestión de tiempo para que su huella en el sistema político del país se ajuste a sus contribuciones en otras esferas.
Ese momento debe ser ahora.
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