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lunes, 3 de octubre de 2016

Por qué Hillary Clinton debe ser presidenta de Estados Unidos


Para el Comité Editorial de The New York Times, el mejor argumento para apoyar a la candidata demócrata es su capacidad para estar a la altura de los desafíos. “Los estadounidenses merecen a un presidente que se comporte como un adulto”.

Por El Comité Editorial The New York Times en Español

En un año electoral normal, compararíamos a los dos candidatos presidenciales por su desempeño en cada tema. Sin embargo, este no es un año electoral normal.

Una comparación como esa sería un ejercicio nulo en una campaña en la que una candidata —Hillary Clinton— tiene una larga lista de propuestas prácticas; mientras que el otro, Donald Trump, no dice nada concreto mientras promete el cielo y las estrellas.

Con este respaldo, nuestra intención es persuadir a aquellos que dudan si deben votar por Clinton porque están renuentes a votar por una demócrata o porque es otro miembro de la familia Clinton o porque es una candidata que, en apariencia, no representa un cambio con respecto a una clase dirigente que parece indiferente y un sistema político fracturado.

El mejor argumento a favor de Hillary Clinton no puede ser, y no es, que no es Donald Trump. El mejor argumento tiene que ver con los desafíos que enfrenta este país y la capacidad de Clinton para estar a la altura.

La persona que ocupe la presidencia asumirá el cargo en medio de movimientos intolerantes alrededor del mundo. En el Medio Oriente y a lo largo de Asia, en Rusia y Europa del Este, incluso en el Reino Unido y Estados Unidos, la guerra, el terrorismo y las presiones de la globalización erosionan los valores democráticos, fracturan las alianzas y cuestionan los ideales de tolerancia y bondad.

La campaña presidencial de 2016 ha sacado a relucir la desesperación y la rabia de los estadounidenses pobres y la clase media, quienes dicen que el gobierno ha hecho poco para aligerar el peso de la recesión, el cambio tecnológico, la competencia extranjera y la guerra, que han afectado a sus familias.

Durante cuarenta años de vida pública, Hillary Clinton ha estudiado estas fuerzas y ha sopesado las respuestas a esos problemas. Nuestro apoyo se basa en el respeto por su intelecto, experiencia, fortaleza y valentía a lo largo de una carrera casi ininterrumpida, muchas veces como la primera o la única mujer en la escena.

El trabajo de Clinton se ha definido más por sus crecientes éxitos que por momentos de cambios transformadores. Como candidata ha luchado para recuperarse de una serie de propuestas políticas que dan a conocer la gama completa de su historial. Ese ha sido un punto débil de su campaña.

Pero está claro que es una líder decidida y con el firme propósito de crear oportunidades para los estadounidenses que luchan en una época de turbulencia económica, así como de asegurar que Estados Unidos siga siendo una fuerza del bien en el mundo.

De igual modo, los tropiezos de Clinton, aunados a los ataques hacia su confianza, han distorsionado las percepciones de su carácter. Ella es uno de los personajes políticos más tenaces de su generación, cuya voluntad de estudiar y corregir el curso resulta excepcional en una era de partidismo inflexible. Como primera dama, se recuperó de reveses profesionales y problemas personales con una resiliencia sorprendente.

El historial de servicio de Clinton con los niños, las mujeres y las familias abarca toda su vida adulta. Uno de sus actos más audaces como primera dama fue su discurso de 1995 en Pekín en el que declaró que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Después de un intento fallido por mejorar el sistema de salud de la nación, brindó su apoyo a través de la legislatura para crear el Programa de Seguro Médico para Niños, que ahora le da cobertura a más de ocho millones de jóvenes de bajos recursos.

Este año realizó actos públicos con madres de víctimas de la violencia con armas de fuego para que exigieran revisiones integrales de antecedentes a los compradores de armas de fuego y controles más estrictos en la venta.

Después de oponerse a que los inmigrantes indocumentados pudieran obtener licencias de conducir en la campaña de 2008, ahora promete ejercer presión como presidenta para que se aprueben leyes migratorias más completas, además de usar el poder ejecutivo para proteger a los indocumentados respetuosos de la ley, de la deportación y las detenciones crueles. Algunos pueden desestimar ese cambio considerándolo como una movida oportunista, pero nosotros le damos crédito por adoptar la postura correcta.

Clinton y su equipo han elaborado propuestas detalladas en materia de delincuencia, políticas y relaciones raciales, estudios universitarios libres de deuda e incentivos a las pequeñas empresas, cambio climático y una banda ancha asequible. La mayoría de estas propuestas se beneficiarían si incluyeran mayor información sobre cómo se pagarán, además de los impuestos a los estadounidenses más ricos. También dependen de su aprobación en el congreso.

Esto quiere decir que, para cumplir con su agenda, Clinton necesitaría encontrar puntos en común con un Partido Republicano desestabilizado, cuya meta unificadora en el congreso sería desacreditarla. A pesar de sus cicatrices políticas, Clinton ha mostrado una gran capacidad para buscar el consenso.

Cuando Clinton se juramentó como senadora de Nueva York en 2001, los líderes republicanos le pidieron a sus representantes que no la ayudaran en nada que la hiciera quedar bien. Sin embargo, como miembro del Comité de Servicios Armados del Senado se ganó el respeto de republicanos como el senador John McCain, gracias a su determinación por dominar complejas cuestiones políticas.

Sus logros más memorables como senadora incluyen un fondo federal para la supervisión de salud de los funcionarios que respondieron al 11-S, la expansión de las prestaciones militares para darle cobertura a los reservistas y la Guardia Nacional y una ley que exige a las compañías farmacéuticas que mejoren la seguridad de sus medicamentos para niños.

Sin hacer alardes luchó para financiar a agricultores, hospitales, pequeñas empresas y proyectos ambientales. Su voto a favor de la guerra de Irak es un punto negativo, pero en su defensa podemos señalar que ella ha explicado su forma de pensar en ese momento, en lugar de tratar de reescribir esa historia.

Como secretaria de Estado, se atribuyó a Clinton la mejora de la credibilidad estadounidense tras ocho años de unilateralismo del gobierno de Bush. Aunque comparte algo de la responsabilidad de los fracasos en materia de relaciones exteriores del gobierno de Obama, en particular en Libia, sus logros son considerables. Encabezó los esfuerzos por fortalecer las acciones contra Irán, lo que obligó a ese país a negociar su programa nuclear y, en 2012, ayudó a negociar el cese al fuego entre Israel y Hamas.

Clinton encabezó los esfuerzos para renovar las relaciones diplomáticas con Birmania, persuadiendo a su junta de adoptar reformas políticas. Ayudó a promover el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, un importante contrapeso de comercio con respecto a China y un componente clave del giro hacia Asia del gobierno de Obama. El revés en el año electoral en relación con este pacto ha confundido a algunos de sus seguidores, pero no hay duda de su compromiso subyacente de impulsar el comercio a la par de los derechos de los trabajadores. El intento de Clinton por restaurar las relaciones con Rusia, si bien estuvo lejos de ser exitoso, fue un esfuerzo sensato para mejorar las relaciones con un poder nuclear partidario de la rivalidad.

Ella ha probado ser una realista que cree que Estados Unidos no puede simplemente atrincherarse tras océanos y muros, sino que debe interactuar con confianza en el mundo para proteger sus intereses y ser fiel a sus valores, que incluyen ayudar a otros a escapar de la pobreza y la opresión.

Su cónyuge, Bill Clinton, gobernó durante lo que ahora se conoce como una era optimista e incluso amable. Al final de la Guerra Fría, el avance de la tecnología y el comercio parecían despertar las posibilidades del mundo, en lugar de sus demonios. Muchos en los medios noticiosos, y en el país, estábamos distraídos por el escándalo del momento, la destitución de Bill Clinton, durante el periodo justo en el que una amenaza terrorista crecía. Ahora estamos viviendo en un mundo oscurecido por la concreción de esa amenaza y sus muchas consecuencias.

La carrera de Clinton abarca ambas eras, y ella ha aprendido duras lecciones de los tres presidentes que ha tenido cerca. También ha cometido sus propios errores. Ha evidenciado una lamentable tendencia al secreto y tomó una mala decisión al usar un servidor privado mientras estuvo en el Departamento de Estado.

Ahora, al considerar los desafíos reales de los que tendrá que ocuparse quien ocupe la silla presidencial, ese servidor de correos electrónicos que ha consumido buena parte de su campaña parece un asunto menos importante. Visto a la luz de esos desafíos, Trump se achica a sus verdaderas proporciones de pantalla chica y reality show.

En la guerra y en la recesión, los estadounidenses que nacieron a partir del 11 de septiembre han tenido que crecer rápido y merecen a un presidente que se comporte cómo un adulto. Una vida comprometida con resolver problemas en el mundo real califica a Hillary Clinton para este trabajo, y el país debería pedirle que se ponga manos a la obra.


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